Salir a la montaña es, para mí, una expresión de humildad y de aprendizaje que en muy pocas situaciones se da, todo depende de lo que busques al subir…
Se pasa frío, es cierto, pero cuando llegas a la carpa de vuelta y por ultimo a tu hogar, valoras el abrigo de tu casa, las tapas que cubren tu cama.
A veces se pasa hambre, o no quedan bien las comidas, es inevitable, así valoras las comidas que con cariño compartes con tus seres queridos, valoras más un pedazo de pan, un arroz bien hecho, cosas simples que siempre están allí.
Hay peligros, claro, siempre los hay, pero en cada respiro se siente la vida, cada parte de tu cuerpo esta alerta, nada se escapa a la mirada, al oído, al olfato. Eso te demuestra que estas vivo, que tus sentidos “tienen sentido”.
Llevas a tu cuerpo (y mente) al limite, te das cuenta de que podías un poco mas de lo que pensabas, que el cansancio es tan grande que donde se presente un lugar para estirar tu cuerpo lo dejaras reposar, dándote cuenta al despertar que había mas de alguna piedra que podría haberte incomodado si no fuera tan grande el cansancio, que confortable es la cama que te recibe el resto de tus días en la cuidad, que cómodo el sillón, la silla de tu trabajo…
Llevas una mochila que pocas personas creerían que puedes llevar por tanto tiempo, ahí, llevas lo necesario para vivir un par de días, y ¿de quien te vales? Solo de quien esta siempre contigo, no es una carga, solo una ayuda si realmente crees.
Y todo esto es un lujo que nos podemos dar algunos, sufrir para valorar, para dar gracias de que, al regreso a casa, están todos bien y que se ven las cosas con otros ojos, mas humildes, mas agradecidos de la vida, de tu cuerpo, de tu alma y por sobre todo de Dios por permitirte hacerlo de vez en cuando.
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